Y digo a Madrid, porque a las fanáticas que gritaban y suspiraban cada vez que Bruno Mars hacía un movimiento de pelvis o chapurreaba en español, a esas las tenía ya más que conquistadas.
El Palacio de Vistalegre, esa plaza que a más de un músico se le atraganta porque la acústica es mala tirando a pésima, se transformó la pasada noche del viernes en una fiesta. Y, ¡qué fiesta!. Desde el primer segundo me sentí inmersa en el que probablemente haya sido el mejor concierto del año en Madrid. Con las entradas agotadas a las pocas horas de ponerse a la venta, ocho meses han tenido que esperar las fans y el público en general, para disfrutar de la nueva sensación pop de la industria musical.

No soy mega fan de Bruno Mars, pero me gusta y después de asistir a su espectáculo, sólo tengo palabras de admiración y agradecimiento. Nunca había experimentado una conexión y un buen rollismo tan grande por parte de un grupo o solista (internacional), como la que experimentamos el pasado viernes en Madrid. Nada más saltar al escenario ya sabes que va a ser un fiestón y no sólo porque Bruno lo diga, si no porque la fiesta empieza en el escenario. El grupo de músicos que le acompaña, se convierten en el perfecto set de coristas, bailarinas y animadoras del show.
Espectacular.
Inevitable el recuerdo a Michael Jackson, ¿por qué? pues porque desde la primera coreografía grupal te vienen a la mente los Jackson Five, después la bola de discoteca, un par de pasos de baile de Bruno y ya, para rematar, una escena en la que el protagonista esta sólo enfocado por una luz cenital, vistiendo sombrero y brazos en cruz…
La prensa especializada también lo comenta, pero, ¿qué queréis que os diga? Pues que Michael era/es único.
