De todas palabras de nuestro rico vocabulario quizás sea esta la que mayor uso demagógico está adquiriendo y a los que dudéis, en breve os contaré por qué. Esta era una de las palabras que tenía claro que cambiaría para siempre y esta madrugada, durante una de esas jugadas que me hace la cabeza al estar alerta y querer despertar y darme cuenta de que todo era un sueño (como en Los Serrano, jajaja), he leído una noticia que ha decidido por mí.
Solidaridad. Todos nos creemos muy solidarios. Preguntadle a cualquiera, todo el mundo respondería que sí, que ellos ayudan al prójimo, que se preocupan por los demás, que por supuesto todos tenemos derechos. Todos, absolutamente todos estamos de acuerdo, hasta que nos tocan lo nuestro.
Ahora resulta que Trump, ese presidente que parece sacado de una película de ciencia ficción, dice que pasa de darle más dinero a la OMS, que la organización está dando y ha dado un trato de favor a China (¿hola? allí empezó la pandemia) en detrimento de EE.UU. No quiero ni imaginar si la pandemia hubiera empezado en Venezuela…
Después están todos esos vecinos sacados de «comunidad del infierno» que se dedican a criticar y acusar en anónimo a sus compañeros de portal, porque están trabajando y están arriesgando su vida y la de sus familias para que ellos puedan salir a la calle. Hablemos también de los buen rollistas, esos DJ’s aficionados o profesionales (si eres profesional no creo que salgas a pinchar a un balcón, pero bueno) que creen que todo el mundo tiene ganas de fiesta y se dedican a pinchar música por votación unipersonal. Aquellos que se saltan el confinamiento con una excusa estúpida. O los que se quejan por todo y por nada.
Esa solidaridad con la que se nos llena la boca no es nueva, es desde siempre y nos viene heredada, sobre todo por los valores que nos transmite nuestra familia directa. Quizás sea ese instinto de supervivencia, el de no quedarnos sin el fuego o la comida dentro de la caverna, lo que saca a la luz nuestros instintos más primarios. Salvarnos a nosotros y a los nuestros antes que a nadie. Amigos, esto no va a cambiar, todo lo contrario, por desgracia se acentuará más. Pero, hay luz al final del túnel, hay un hilo de esperanza.
Hay gente que sí es solidaria, empática y que de verdad se preocupa por como estés o si necesitas algo que ellos tengan y te puedan dar. Muchas de esas personas, por suerte para mí, estáis leyendo esto ahora. Gente como mi vecino Jon, que es un cielo y siempre me pregunta si necesito algo del súper, me regala bizcochos y ayer justo, me dejó dos pares de guantes de silicona dentro de una bolsita en el felpudo de casa porque yo no tenía.
Tengo fe en esa gente, porque es la gente que de verdad merece la pena. Os animo a reflexionar, quizás estamos a tiempo de cambiar nuestra actitud frente a los demás y no para sentirnos mejor y sacar pecho por ser un buen ser humano, sino porque cualquier ser humano hubiera hecho lo mismo por nosotros.